El día en que el rock quedó en silencio

El día en que el rock quedó en silencio

Mar, 06/10/2020 - 16:34
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El 24 de septiembre de 1980, camino a un ensayo en el Bray Studio, para preparar la siguiente gira por América del Norte de Led Zeppelin, John “Bonzo” Bonham paró a desayunar en un boliche. Se tomó cuatro vodka naranja dobles. Ese fue el comienzo del fin; estuvo todo el día bebiendo. La jornada terminó en Old Mill House, la casa de Jimmy Page, donde siguió tomando hasta que cayó inconsciente cerca de la medianoche. Al día siguiente, el bajista de la banda, John Paul Jones, lo encontró ahogado en su vómito. Tenía 32 años.

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Bonzo era un músico de una impresionante presencia física, un baterista potente y de una resistencia casi sobrehumana en sus actuaciones. A todo lo anterior se sumaba una extravagante espectacularidad. A su batería Ludwig de cinco cuerpos, añadía congas, dos timbales orquestales y un gong sinfónico al que prendía fuego cerca del final de cada concierto. El clima tan personal que creaba Led Zeppelin era, en buena parte, gracias a ese gran sonido pesado que producía la batería.

Las encuestas de las revistas especializadas siguen ubicándolo como el mejor baterista del rock, cuando no como el mejor baterista de todos los tiempos. El líder de Foo Fighters y ex baterista de Nirvana, Dave Grohl, dijo: "Bonham tocaba la batería como alguien que no sabía lo que iba a suceder a continuación, como si tambaleara al borde de un acantilado. Nadie se ha acercado a su nivel desde entonces; creo que siempre será el mejor baterista de todos los tiempos".

Eso dicen los entendidos. En general, los fanáticos aún no tiene palabras para expresar lo que sienten por Bonzo y por su ausencia. Yo intentaré decir algo. Quiero dejar en claro que cuando escucho a Led Zeppelin siento que con su música están explicando lo que soy con una profundidad y una nitidez que yo jamás lograré y que el corazón de ese relato es Bonzo. Como todo buen amor, el sentimiento nació a ciegas, sin dejarse deslumbrar por lo superficial, solo al ritmo del pum pam tam pam más potente e hipnótico que yo haya escuchado. Tiempo después, cuando ya era un seguidor devoto, vi “La canción es la misma”. Ahí estaba él, en esa suerte de mega clip, que mezclaba su loca afición por los autos y la interpretación de Moby Dick. Lo que observaba y escuchaba no parecía un solo de batería, se sentía como una sinfonía tribal, dirigida por un chamán que al entrar en éxtasis, lanza sus baquetas para tocar los tambores como siempre se ha hecho, con las manos. Ver a Bonzo crea la certeza de su inmortalidad y, paradójicamente, la angustia del vacío que dejó. Si no lo escucho y solamente pienso en él, es imposible no derramar lágrimas de vodka como las que ahora ruedan por mis mejillas hasta mi boca y queman mi garganta.