Nacional campeón o el triunfo de la democracia

Miércoles 6 de agosto de 1980, pitazo final en un Estadio Centenario repleto como no se veía hacía mucho tiempo. Nacional de Montevideo 1, Internacional de Porto Alegre 0. En Brasil, el marcador no se había movido. Nacional campeón de la Copa Libertadores de América. Sorprendente, impensado, inesperado.

El balompié del país oriental pasaba por uno de sus momentos más oscuros. Hacía nueve años que no conquistaba la cima sudamericana. Esta era solo una de las señales de una crisis muy profunda. Otra, igual o más potente, es que la selección uruguaya no logra concurrir al Mundial de Argentina 78, al ser eliminada por Bolivia, que históricamente ha sido el fútbol de más bajo nivel del continente. Pero, tal vez, lo que hace la hazaña de Nacional un fenómeno que pocos podían prever es que, a principios del año en que ganó la Libertadores (1980), el club estaba en total bancarrota, peligrando sus bienes, con jugadores que no percibían sus haberes, viviendo una crisis institucional que lleva a que los principales directivos sean expulsados de sus cargos.

La batalla para las elecciones de nuevas autoridades se politiza rápidamente. Se presenta una lista encabezada por un militar, que levanta la imagen de la autoridad y la disciplina, para superar la crisis; otros candidatos civiles basan su campaña en la necesidad de un régimen democrático para resolver, entre todos los integrantes de la institución, los graves problemas heredados.

En un pequeño país hiperfutbolizado y gobernado, como otros del vecindario, por una dictadura militar, era de esperarse que el impacto de la contienda trascendiera las fronteras de lo deportivo. La oposición política aprovechó la oportunidad de las elecciones para agitar su ideario democrático. El enorme revuelo terminó con una votación favorable al civil Dante Iocco. El dirigente inicia una revolución al interior del club y le demuestra al país entero y a Sudamérica que el camino de la democracia puede llevar a los lugares más luminosos.