Fue el mejor partido de la historia

Fue el mejor partido de la historia

Mié, 09/09/2020 - 16:29
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Este es un episodio deportivo difícil de contar en una breve nota de El Recortero. Por eso, en 2017, Janus Metz Pedersen prefirió relatar lo sucedido en un largometraje. Sea como sea, intentaré describir lo que aconteció el sábado 5 de julio de 1980, en la final del torneo de Wimbledon.

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A la cita habían llegado el número uno y el dos del mundo, pero eso no basta para explicar lo espectacular de un choque de talentos, personalidades y estilos. Por un lado, el sueco Björn Borg y, por el otro, el estadounidense John McEnroe. En lo deportivo, el europeo buscaba ser el primer jugador en ganar cinco títulos consecutivos en Wimbledon, mientras que el norteamericano quería derrocar al gran dominador del circuito masculino y líder mundial.

Sin embargo, lo más llamativo eran sus caracteres que se situaban tan alejados el uno del otro como los dos polos de nuestro planeta. El que estaba al tope del ranking no mostraba ni un solo sentimiento dentro de la pista. Le fuera bien o mal, su cara nunca cambiaba el gesto concentrado. Nadie podía imaginar qué le pasaba por la cabeza en ningún momento del partido. Se había ganado, con total propiedad, el seudónimo de Iceborg.

Por su parte, John parecía un ídolo de rock, más que un tenista. No se había visto nada parecido hasta entonces. Con su cara de adolescente malhumorado, aceptó de buena gana el título de Niño Malo del tenis y lo confirmaba, con su comportamiento, en cada partido. El deporte blanco, tan pulcro y educado quedó en shock con la irrupción del chico norteamericano. El morbo impulsaba al público a llenar los estadios y no perderse ni un movimiento de la estrella naciente. Hombres, mujeres y niños se ruborizaban (pero gozaban) escuchando las palabrotas que McEnroe escupía contra el árbitro o contra sí mismo.

Era imposible encontrar dos rivales tan perfectos como ellos y no decepcionaron. El partido fue una obra maestra. Cuando el estadounidense entró al terreno de juego se cumplió lo que venía siendo una costumbre, recibió las pifias del público. Y como solía ocurrir, el Niño Malo transmutó la energía negativa en calidad tenística. Como una máquina imparable, arrolló a su oponente y se adjudicó el primer set por un contundente 6 a 1. Pero nada podía sacar de su libreto al sueco y Borg ganó las dos mangas siguientes. Parecía que el fin estaba cerca. Entonces, se dio eso que ocurre casi nunca, McEnroe forzó el desempate y ese tiebreak no solo mostró el mejor tenis jamás exhibido, fue un ballet y una batalla mortal, poesía y estrategia psicológica, una obra maestra. 34 puntos y 22 minutos de absoluto deleite tenístico, caviar para los aficionados, no solo al tenis, sino al deporte en general.

El norteamericano salvó cinco match points en contra para llevar el encuentro a una quinta manga. El set decisivo, por si solo, merecería un documental, pero ya me he extendido demasiado y me siento obligado a ser sintético. El Niño Malo servía 6-7 y Borg le quebró para ganar game, set, partido y campeonato.

¿Qué pasó con los protagonistas? A Borg se le resquebrajó la coraza de hielo. Hincó las rodillas en el verde césped, cerró los puños y levantó los brazos en señal de victoria. Gritó al aire, liberando todo aquello que durante tanto tiempo tenía guardado dentro. McEnroe cambió los corazones de los que lo habían abucheado. Se ganó el respeto de los asistentes y convirtió pifias en aplausos.

Uno ganó y el otro perdió, pero ese 5 de julio de 1980 nació una amistad para toda la vida. John terminó siendo el padrino de boda de Björn Borg y, muchos años después, convenció al sueco de no vender sus trofeos, entre ellos el de aquella mítica final de Wimbledon, cuando Björn se encontraba con problemas económicos.

Con respecto al rótulo de “mejor partido de la historia”, el propio McEnroe puso las cosas en su lugar. El 6 de julio de 2008, ejerciendo como comentarista para la televisión, le tocó presenciar cómo un Rafael Nadal de 22 años rompía la racha de cinco Wimbledon seguidos de Roger Federer. Una vez terminado el encuentro dijo: «Este es el mejor partido de la historia».