El 5 de agosto de 1980, en los descampados cercanos al Jardín Botánico de Viña del Mar, fue encontrado muerto, a balazos, el profesor universitario Enrique Gajardo Casales.

Hasta ahí, un delito como muchos, que fue caratulado como El crimen de Camino El Olivar. No obstante, al constatarse que la acompañante de Gajardo, quien logró escapar, denunció haber sido objeto de una violación por parte de dos sujetos, sumado –con el paso de los meses—a una seguidilla de delitos semejantes (ataques a parejas que por las noches daban rienda suelta a su pasión en lugares recónditos de la “ciudad jardín”), se fue configurando un panorama que conmocionó a la ciudadanía de Viña y, por qué no decirlo, al país todo.

El homicidio de Enrique Gajardo fue, así, el primero de quienes fueron bautizados como “Los psicópatas de Viña del Mar”: los carabineros Jorge Sagredo Pizarro y Carlos Alberto Topp Collins, quienes en 1985 fueron condenados a la pena de muerte y, con ello, fueron protagonistas del último fusilamiento en la historia de Chile.

En aquellos primeros años 80, esta noticia policial –que reeditó en la comunidad un sentimiento de indefensión y pavor similar al experimentado un año antes, con la desaparición y asesinato del niño Rodrigo Anfruns—llenó páginas de diarios y noticiarios de radio y TV, como también se apoderó de las conversaciones chilenas, muchas de las cuales culpaban a uno de los investigados: el empresario viñamarino y pinochetista Luis Gubler Díaz.

Los “psicópatas” hicieron de las suyas durante más de un año, provocando terror y consumando la muerte de 10 personas y la violación de cuatro mujeres.